“Nadie sabe esperar más que él que encuentra lo inesperado”, decía Dostoievski.

Es verdad; la paciencia tampoco es la filosofía de vida de todo el mundo. Pero, como en toda
regla hay una excepción, yo creo formar parte de esta.
El motivo de esta carta es dar a conocer el proceso por el cual he conseguido mi visado de
estudio en el Consulado de España en Dakar. Lejos de ser una denuncia, lo que me gustaría
es compartir una situación real que he vivido personalmente y que siguen viviendo muchos
senegaleses y gambianos a la hora de solicitar el deseado papel.

Estudiante en Máster 2 de Filología hispánica en la UGB de Saint-Louis, he sido beneficiario
de una beca del CICODE http://cicode.ugr.es para realizar un Máster de Cooperación al
Desarrollo en la Universidad de Granada, curso académico 2016-2017. La credencial de la
beca, justificante principal de mi matricula, me fue enviada el día 21 de octubre. En ella
figuraba el tiempo de mi estancia, la dirección de mi residencia, los detalles de la beca y
todos los aspectos referidos al viaje y al curso. Después de imprimirla, llamé al Consulado
para informarme sobre los documentos que me harían falta para depositar una solicitud de
visado de estudio. La mujer que me atendió me dijo lo siguiente:

-Toda la información que necesite está en nuestra página web señor.
Y yo: – Vale. ¿Puedo saber la dirección o tener algún enlace por favor?

Ella: -Visite el internet y allí lo tendrá todo.

Terminé la comunicación diciéndole “gracias” sin más. El tono de su voz no permitía más
cosa. La web no decía gran cosa
http://www.exteriores.gob.es/Consulados/DAKAR/es/InformacionParaExtranjeros/Paginas/
VisadosDeLargaDuracion.aspx , salvo de cubrir un documento que así hice. Con tan poca
información me fui al Consulado el día 24 de octubre con la credencial, el certificado de
penales y mis títulos. Pensaba que aun si no pudiese entrar, por lo menos me darían más
informaciones sobre la documentación que entregar. Allí empezó lo que yo llamaría “la
gymkhana del visado”.

El agente de policía senegalés en la puerta me dijo que tenía que ir al Ministerio de Asuntos
Exteriores para legalizar y traducir el certificado de penales y luego juntarlo con la solicitud
debidamente rellenada antes de volver. Me fui la Oficina del M.A.E.; la legalización tomaba
48 horas y los documentos solo se recogían por las tardes. Puesto que el Consulado cierre a
las 12, me di cuenta que no podría recuperar el certificado y entregar la solicitud el mismo
día; así que serían tres días de espera en total. Cuando pasaron los tres días, me fui de nuevo
a la Embajada. Nueva información desde la puerta: faltaba el certificado médico (que
requería el mismo trabajo que el de penales; es decir tres días de espera en total.) Era un
viernes. En la Oficina del Ministerio ya habían cerrado las listas. La espera se prolongó tres
días más (el fin de semana) y solo pude ir a por la traducción y legalización de ese
documento el siguiente lunes. Lo recogí el miércoles por la tarde y, a la mañana siguiente
(jueves, 3 de noviembre), salí muy temprano de mi casa para poder llegar a Dakar antes de
las 8 y así tener la suerte de entrar ese mismo día. La cosa fue más dura de lo que me
imaginaba. Llegado a las 7 y cuarto, me junté con el grupo bastante numeroso que estaba
allí, esperando la apertura a las 8h30.

Pregunté al agente cómo iba lo de la lista y él me dijo que tenía que apuntar mi nombre y
esperar. Al final lo apuntó él, diciéndome que la lista era la continuación de la del día
anterior y que me iba a llamar en cuanto llegase mi nombre. Con la paciencia a prueba y sin
saber siquiera mi número en la lista, me puse a esperar en la puerta hasta las 12. Nada… El
servicio se paraba allí y como no habían llegado a mi nombre, tenía que volver al día
siguiente (en la Embajada no se atiende al público el viernes, lo que significaba que tenía que
volver dentro de cuatro días). De las casi 70 personas que estuvieron allí, solo consiguieron
entrar unos 20 o algo más. El resto se quedó en la puerta, quejándose de lo lento y caótico
que era el trabajo allí. Nada. -El lunes seguiremos con esta lista- terminó diciendo el guardia.
Volví el lunes (7 de noviembre); mismas escenas, misma situación. Continuaron con “su lista”
y cuando pasaron las 12 y no me habían llamado todavía, me volví a mi casa haciendo
esfuerzos para tragarme la cólera. Martes a 8 de noviembre. La cosa tenía la misma pinta.
Pasado las 11, a pesar de los gritos y otras miradas represivas, me acerqué al policía
senegalés para preguntarle si realmente mi nombre estaba en la lista y cuál era mi número.
Me lo enseñó, sin número, en el medio de una lista de más de cien personas. Yo tenía que
seguir esperando. El policía español que no paraba de gritar y regañar a la gente que
intentaba acercarse (con la amenaza de cerrar la puerta) me dijo que me fuera al otro lado
de la “barrera de protección”. Esta era el límite; nadie tenía que pasarla bajo pena de ser
rebajado (mucho más de lo que uno hubiese podido sufrir en estos minutos, horas y días de
espera).

Cuando él estuvo solo en la puerta, me acerqué de nuevo (ya me daba igual recibir el regaño
de mi vida). Me preguntó lo que quería y yo, en español y con toda mi calma a favor, le dije
que llevaba días esperando mi nombre en la lista sin ser llamado; que era becario y que ya
iba perdiendo semanas de clases. Al mismo tiempo le enseñé la credencial de mi beca. Leyó
el documento. Cuando terminó de leerlo, me dijo que las personas que tenían becas u
otros justificantes de estudio no debían esperar y que, de saberlo antes, me hubiera
dejado pasar. Y yo pensé: “¿Cómo que lo va a saber antes si ni siquiera escucha a la gente
que quiere hacer una pregunta o pedir una información sobre lo que sea? De hecho ni se
atreven a ir más allá de la barrera”. Se acercaba ya la hora del cierre. Después de unos
minutos, el agente me dijo que volviese el día siguiente y él me dejaría pasar con el papel. Se
acabó.

El miércoles salí temprano de mi casa como siempre y llegué al Consulado a la hora habitual.
Cuando vino aquel agente sobre las 9, le enseñé mi documento y me llamó media hora
después. Por fin estaba dentro. Ahí por lo menos había sillas y sombra. Pero la espera era
igual de dura que fuera. Cuando llegó mi turno, entregué la solicitud acompañada de toda la
documentación en una de las dos mesas. La chica lo revisó todo y me dijo que faltaba
todavía otro papel: el seguro de viaje. Pese a que en la credencial de becario decía que la
beca cubría el seguro, me dijeron que eso no valía. Tenía que volver el día siguiente. Cuando
me lo mandaron desde España y por fin tuve toda la documentación al completo, me fui el
jueves (10 de noviembre) y conseguí entrar sin dificultad.

La chica volvió a revisarlo todo y, -no sé si estaba jugando con mis nervios o si eran sus
caprichos-, me señaló la credencial diciendo: – ¿Sabes que este documento no tiene que
venir así?

Yo: – ¿Qué? ¿Cómo que no tiene que venir así?

Ella: ¿Te escanearon este documento verdad?

Yo: – Sí.

Ella: -Pues tenían que enviarte el original, en sobre, con sello y firma auténticos… No así.
Yo, luchando por contenerme y no explotar, le contesté con toda mi calma:
– Señorita, ha leído el documento y no falta ningún detalle. Usted misma vio las fechas del
curso y se dio cuenta de que ya iba con un enorme retraso. No sabe todo lo que he
aguantado antes de entrar aquí. No hace falta más, por favor. (Le suplicaba de verdad). He
traído toda la documentación que se me pedía. Este papel me lo mandaron así; yo no puedo
darle algo más auténtico que lo que tiene en sus manos.

Al cabo de unos interminables segundos de lectura, juntó todos los documentos y le di los 60
euros de gastos de tramitación. Después de sacarme una foto y registrar mis huellas, me dio
la copia de la solicitud donde se ponía la fecha de mi próxima cita: el 24 de noviembre.
En otras palabras, tras dos semanas de idas y vueltas, tenía que esperar dos otras más antes
de volver allí. Así funcionan. (En mi caso, por lo menos).

Iba perdiendo cada día más clases pero por fin había superado la etapa más dura del camino.
Total, un mes entero de tramitaciones… Y es que era duro de verdad.
La alegría de recibir el día señalado y de volar al día siguiente no me hace olvidar lo difícil
que fue el proceso. Pienso que compartiéndolo así podría llevar a las autoridades del
Consulado de España en Dakar a una toma de conciencia y, sobre todo, mayor consideración
hacia aquellas personas solicitantes. Es una situación que han vivido y siguen viviendo
muchos senegaleses y gambianos (porque ellos también lo hacen en Dakar) que desean ir a
España. Todo el mundo sabe que la administración tiene su manera de funcionar. Pero las
personas que van a pedir el visado también son seres humanos; tienen su conciencia y su
dignidad. Solicitar el visado es un derecho, no un delito. Por eso merecen más respeto y
consideración.

No veo la importancia de dar un número de contacto si lo único que se puede sacar de la
llamada es “Búsquelo en internet”. En la puerta del edificio diplomático está fijado el enlace
pero, ¿qué puede hacer una persona que vive lejos de la capital y que tampoco tiene acceso
a internet?… También es de cuestionar la manera de tratar a la gente que, todos los días,
pasan horas bajo el sol esperando en la puerta. A esas personas ya les domina la angustia y
la duda. Y dudar es duro; no todo el mundo lo aguanta. A esa gente no se les tiene que
gritar o regañar por acercarse y preguntar algo o pedir más aclaraciones. Viviendo a unos 20
km de Dakar, yo podía hacer las idas y vueltas cada día (a pesar de los esfuerzos físicos,
morales y económicos que ello suponía). ¿Pero qué hará alguien que viene del Sur, o de
Gambia, o de otra parte del país? ¿Se imaginan cómo puede vivir todo este tiempo de
espera? ¿En qué condiciones? ¿Dónde?

Los hay que pasan las noches allí en frente porque no había mejor solución… Personalmente,
he visto el caso concreto de una chica de Kolda (región Sur) y otro señor de 62 años
procedente de Touba (Centro), entre otros tantos. El día que me fui a recoger el visado, este
señor me contó que llevaba tres noches durmiendo allí porque no podía entrar y la urgencia
de su solicitud no le permitía volver sin terminar el proceso.

Está bien querer que las cosas funcionen mejor. De hecho, todo el mundo debería pensar
así. Pero es un deseo que tiene que ser acompañado de medidas imprescindibles. Mi
propuesta es la eliminación total de las listas y la reactivación del sistema de citas previas
para la gente que solicita el visado (y sobre todo precisando todos los detalles que se
refieren al papeleo que presentar, respecto del tipo de visado que se solicita). Sabiendo cada
uno su día, su hora y toda la documentación que le haga falta, creo que evitaría más mareos,
más filas y más cansancio físico y psicológico. También se tiene que tener un control estricto
en cómo trabajan los que están de guardia en la puerta. Además de comunicar mal y sin
ninguna marca de respeto y educación, tienen “sus listas” y la mayoría de la gente que
consigue es “su gente”. En fin, por muy rígida que sea la administración, no le costaría dar
más consideración a estas tres cosas: buena comunicación, simpatía y respeto de la dignidad
humana.

Como se ve, esta carta ha sido tan larga como fue el proceso de concesión del visado. No es
una casualidad. Mi propósito, como dicho más arriba, no es denigrar sino compartir una
situación real vivida con fines de contribuir a una mejora del sistema. Espero que se tome
conciencia de ello.

Amadou MBAYE

One Comment

  1. No Borders Granada
    Posted 2017/01/22 at 19:42 | Permalink

    Intentando ser lo más fieles posible al original, hemos dejado en negrita lo mismo que venía en el texto que nos mandó. Estaba justificado a ambos lados, pero como no se podía, lo hicimos centrado. El título es la primera frase; el documento se llamaba “Carta proceso visado”.